sábado, 28 de mayo de 2011

Luciernaga

Con la luna queriendo pasar nítida por la ventana como preludio de una noche más, salió de su cabaña y se ancló a respirar el aire primaveral que se dejaba humedecer al pasar a través de los pastizales bañados en rocío. Se dejó llevar por sus piernas, llegó a la terminal y el tren llegó enseguida, subió y fervorosamente tomo el lugar que parecía separado para él desde hacía ya tiempo. En el camino, se distrajo al notar como las pálidas y secas cabezas del resto de los pasajeros se dejaba llevar por el suave balanceo de las curvas que con fervor recorría el viejo tren, notó que la mayoría de las caras eran pálidas y angustiosas, miraban para abajo, no parecían poder prescindir de aquél tren oxidado para moverse. Estaban agrupadas de a pares y se movían al unísono con una armonía que daba gusto, cada tanto daban pequeños saltos provocados por las maltratadas vías del ferrocarril, lo más curioso era que ni ellos mismos sabían que estaban siendo parte de aquella macabra danza. Parecía ridículo, incluso llegó a pensar que sí lo sabían pero que aparentaban no saberlo  porque ellos también lo disfrutaban, pero no podía ser cierto, el problema lo estaba saturando y para evitar lo que sabía que le estaba por pasar, quiso distraerse con otra cosa. Miró la ventana y se deleitó con el cerrado paisaje, se le fueron los ojos en el cielo estrellado, ya no trataba de entenderlo, ya solo se conformaba con dejarse inundar por su belleza.
El golpe lo sacudió y la luz verde se prendió, bajo del tren y camino pateando piedras en la oscuridad hasta llegar a lo de su amigo, con el irían juntos a la taberna a bailar. Él lo esperaba en la puerta, lo saludó ya saliendo de la casa para ya seguir caminando juntos, son cuadras bastante cortas las de esa zona, ni siquiera hay un campo cerca, hablaron de sus trabajos, su amigo trabajaba aprendiendo el oficio de herrero con su padre, las cosas para su amigo parecían más fáciles que para él, en campaña las cosas son diferentes, el trabajo nunca falta y es extenso, valla si es extenso, se trabaja de alba a ocaso y apenas se puede mantener dignamente a la familia. Esta charla era recurrente entre ellos, era un tema que el amigo sobretodo tocaba muy a menudo puesto que tenía intenciones de convencer a su amigo de la infancia para que se vaya a vivir al pueblo, pero a él no le gustaba mucho la idea, prefería quedarse en campaña, donde nacieron su padre y abuelo, y donde nacerían sus hijos y nietos.
El camino parecía haberse acortado con la charla y el hermoso paisaje nocturno ocultaba aquellos dos hombres que se fueron aclarando al llegar al alumbrado. Se sacaron lentamente el abrigo de la noche para entrar al boliche, tango y milonga era lo que sonaba. Como siempre, los dos amigos fueron al mostrador a saludar al cantinero y a tomar sus cañas, el cantinero ya los esperaba con los dos vasos servidos que preparó al verlos entrar, lo saludaron, tomaron sus vasos y se sentaron a contemplar el panorama cuando su amigo se separó para saludar a un amigo que se hizo presente, el por su parte fue pidiendo otra ronda, pero esta vez de tres vasos, entonces vio una mirada en los ojos de una mujer que lo dejó mudo de expresión, toda la dulzura y belleza que se pudo imaginar no la vio en ella, tal fue el impacto, que la vio en sus propios ojos al verlos en el tibio resplandor de los ojos de ella. Inmediatamente, cayo su mirada, el miedo que nunca había sido problema de él, hoy por el contrario, se le había presentado para hacerle una prueba.
El amigo llego y su amigo con él, el cantinero ya les había traído el mazo y mientras sus amigos barajaban los naipes él trató de apagar su miedo con la grapa. Le repartieron sus cartas y su miedo no se iba, pidió otra grapa mientras levantó sus cartas, tenía una buena mano y la primera ronda se pasó tan rápido como el primer partido. El tres de la muestra le ganaba al dos y el dos perdía con el  uno de la muestra y las copas volaban y el miedo no se iba, y el tres le ganaba al caballo  y este al rey, y las copas volaban y el miedo no se iba. Hasta que en el vaso vacío no vio más que más cobardía y presentando las cartas que ganaron el último partido, se puso de pie para después caminar hacia ella, se sentó a su lado y empezaron a hablar, cada vez que ella le preguntaba algo, él no le respondía, quedaba perdido en sus ojos, hasta que volvía y respondía tarde y torpemente, solo podía pensar en esa tibia mirada, cualquier otro pensamiento parecía ridículo frente a este, hasta que no dudó más y con un beso quiso arremeter, valla sorpresa se encontró cuando aquel cuerpo que pudo esquivar tantos facones y navajas quedó totalmente desamparado ante el vacío que la mujer había generado en él, inmediatamente quiso disimular sus intenciones con una caída, pero podía engañar a todos menos a sí mismo, se incorporó y volvió con su amigo y el amigo de su amigo.
Al llegar con ellos, no hizo más que tratar de encontrar el bajo fondo que había tocado, en el fondo del vaso, uno tras otro los vasos de caña se iban apoderando de su conciencia, sus amigos ignoraban lo acontecido. Para él, no sólo el amor, la existencia entera había perdido sentido ante aquel hecho. Con la excusa de tomar aire, se abrió paso entre la humedad, el olor a sudor y algunas personas hacia la puerta. Salió y se sentó en una piedra húmeda, sacó su paquete de tabaco, sus hojillas, armó un cigarrillo y lo fumó lentamente, observaba como delicadamente las gotitas de rocío pasaban cerca de la lámpara que había en la puerta, también podía ver algunas en la piedra en la que estaba sentado, observaba como el humo subía libre y dulcemente, se separaba y desaparecía muy lentamente en la oscuridad, observaba las estrellas que parecían querer saltar la manta de luz que la lámpara provocaba y no las dejaba brillar con toda la belleza y fuerza con la ellas sabían brillar. La luna, por otro lado parecía como celosa de la lámpara, aparentaba ya no importarle ocupar el firmamento. El cigarrillo se fue en humo y cenizas, para que solo quede un gran vacío lleno de angustia.

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