sábado, 28 de mayo de 2011

Brisa de Otoño

Acostado en su cama, veía como de la gotera caían agujas de agua y se derretían al tocar el suelo, y escuchaba cómo el temporal golpeaba con desacato todo a su alcance, sentía cómo se le escapaba el tiempo y cómo se le apagaba el presente.
La arena en el caro reloj seguía cayendo y una fría brisa recogía las hojas secas de su vereda, apenas iluminaba su habitación, un sincero resplandor, que sin miedo dejaba en descubierto la realidad de aquel pobre hombre.
Las lágrimas caían por sus secas mejillas y seguían lentamente hasta caer a la frazada.
Con un eterno lamento, el hombre se levantó de la cama y tomo su daga, era una fina daga de plata y oro que había traído de oriente en uno de sus viajes de negocios, la desenvaino y con un grito arenoso la enterró completamente en su pecho. La sangre le lleno la boca y callo sus suspiros cuando escupió la primera bocanada de sangre sintió un desorientador mareo y en flashes veía pasar su vida y la veía consumirse como una carta de amor quemada por las llamas. El amor que en aquel entonces no pudo sembrar vida, hoy lo dejaba en un inmenso desierto de soledad, del cual había sido imposible escapar, hasta ese momento. Cayó la segunda bocanada de sangre, pero esta vez, el cuerpo con ella.
Unos instantes más tardes la vida de ese hombre, claudico frente a la seca brisa de otoño.

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